19 enero 2011

Que comiencen los juegos

El Lunes fue un gran día.

Un clic metafísico y cataclísmico remeció y devastó en un caos entrópico implacable todas y cada una de mis bizarras interconecciones neuronales a tal punto de llevarlas a un orden pefecto de alineamiento sincrónico atípicamente conveniente para mi salud mental.

Un poco de hidrógeno líquido inyectado directo a la materia gris para calmar esos arrebatos infantiles, egoístas y estúpidos que aparecen como un virus letal e instantáneo de película de horror y ciencia ficción. Un alto en el eterno kumite interno entre los contendientes de la razón y de los arrebatos primordiales del área primitiva del cerebro. El Yo racional toma el control, reordena la devastación que causó su par imbécil y raya la cancha.

¿Años?...

Si algo nos enseña la vida, y nos lo remarca una película, es que la magia de Disney del destino y los sentimientos sobrenaturales e impredecibles, son un montón de estulticies dedicadas a armarnos de justificaciones y excusas propias de un haragán inútil e incapaz de valerse por sí mismo.

El cuándo y donde está a cargo del buen azar y el cómo y qué son esclavos de nuestra caprichosa voluntad. Voluntad subyugada a fantasías hollywoodenses' si no nos esmeramos en afinar la mirada y ver el paisaje como debiese ser.



Vuestro nuevo territorio...

Observar y demarcar la zona, desear elegir y no escatimar en nimiedades y detalles selectivistas, voluntad de acercarse con garbo evitando el pánico de la inseguridad absurda, probar y establecer un contacto simple y contundente, degustar el sabor del aire y las posibilidades como olor a carne, insitir y amarrar un lazo... nada que no hayamos hecho un montón de veces. La estadística funciona, la estadística es nuestra amiga. Operación rastrillo le dicen por ahí.

Recuerdo muchos años atrás cuando recién todo empezaba, el haberme dado cuenta que cualquiera puede lograr lo que quiera, que no existe más impedimento que el cegarse con ideas sin sentido. Un lobo fue, es y será un lobo mientras que un pedazo de carne con patas corriendo en pánico, es y siempre será comida.

Ese libro de Clive Barker no se leerá solo. Me largo.

Hasta pronto.

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